Por: Rodrigo Sandoval @Elbayabuyiba (Columnista Invitado)
El domingo 15 de septiembre Bogotá vivió una escena que bien podría ser descrita como la crónica de una muerte anunciada. A pesar de todas las regulaciones y de los supuestos constantes controles, 6 personas murieron en un bar a la madrugada en confusos hechos. Ese mismo día nos vendieron la idea de que la Policía en un exceso de fuerza había ocasionado la muerte de los ciudadanos; después vino la responsabilidad para la alcaldesa, los asistentes y hasta la propietaria del lugar. Sabemos, por versiones de prensa, que el bar Night Club había sido sellado 6 veces, lo cual quiere decir que el empeño de sus propietarios para aprovechar la falta de oferta de rumba en la ciudad entre 3 y 8 de la mañana tuvo un efecto muy importante en la muerte de las personas que no pudieron salir del amanecedero. No es fácil imaginar soluciones a este problema, porque involucra una gran cantidad de actores y tampoco es sencillo apuntar a culpables porque todos parecen haber sumado un poco a la problemática.
La rumba es un importante espacio de socialización y su complejidad hace que la respuesta a sus problemáticas involucre a muchos actores. La pregunta fundamental es cómo garantizar la diversión de quienes salen, el trabajo de quienes la proveen y la tranquilidad de quienes la sufren. Bogotá es una ciudad que no parece preocupada por ninguno de los tres temas.
Hace casi 20 años la ciudad restringió los horarios de rumba para reducir las muertes violentas, en efecto, la medida de tener los bares abiertos hasta la 1 de la mañana redujo los accidentes de tránsito y los homicidios por varios tipos de problemas de convivencia. Ahora que la ciudad tiene una tasa de homicidio relativamente baja, y con tendencia decreciente, podría pensar en nuevas fórmulas que vayan más allá de las restricciones y los controles policiales.
Por ejemplo, a la administración le ha faltado valor para convocar a diversos actores a construir una política de corresponsabilidad que permita tener unos bares más comprometidos con la seguridad, unos ciudadanos que asuman prácticas más responsables en sus momentos de esparcimiento y unas autoridades más enfocadas al respeto por los derechos de los ciudadanos.
Algunos nos hemos preguntado en esta semana cómo hacer para que una tragedia como la de Night Club no se vuelva a repetir. Algunos han sugerido que es necesario fortalecer los controles para evitar que los establecimientos que no cumplen con las normas necesarias sigan funcionando. Eso por supuesto parece obvio, sin embargo, la función policial al respecto recae en las autoridades locales que tienen pocos recursos humanos y financieros para abarcar sus localidades, una alcaldesa como la de Kennedy debe velar por un terreno que sobrepasa sus capacidades.
Otros han repetido que es hora de acabar con las restricciones y permitir que Bogotá sea una ciudad que funcione 24 horas. Unos más, como el propio alcalde, se han sorprendido tanto que no han logrado articular una respuesta que resuelva al menos algunos de los problemas de la rumba bogotana.
Sí, aumentar los controles parece una buena idea pero es insuficiente, de hecho fue justamente en un control donde murieron 6 personas asfixiadas. ¿Pero no sería una ciudad 24 horas un premio para ciudadanos que siguen justificando tomar alcohol y conducir o que no asumen las consecuencias de violar las normas?
Una idea innovadora sería crear un sistema de incentivos y castigos por zonas. En Bogotá, la rumba no está concentrada en un solo sector, Chapinero parece concentrar buena parte de la oferta pero no satisface a todos los estratos ni a toda la ciudad, Kennedy, Fontibón, Antonio Nariño, Suba, Usaquén, Santa Fe y Los Mártires son localidades donde también hay una impresionante vida nocturna.
Interesante sería que algunas localidades se agruparan por sectores y se creara un sistema de organización en el que las localidades que lograran reducir las muertes violentas, las riñas y los accidentes derivados del consumo de alcohol tuvieran derecho a más horas de rumba con la condición de que el deterioro de esos indicadores representaría nuevamente la reducción de horas de diversión.
Esto, tendría que estar acompañado de una seria política de pedagogía para reducir el consumo de alcohol, la responsabilidad para evitar los accidentes de tránsito, la importancia de los conductores elegidos y el respeto por la vida y la integridad del otro. Una política restrictiva sin componente pedagógico no tiene sentido en una ciudad donde la mayor cantidad de muertes y lesiones se producen por problemas de convivencia.
Las opiniones aquí escritas son responsabilidad del autor y podrían coincidir o no con la opinión del Combo2600.
Rodrigo Sandoval es mitad boyacense mitad brasileño. Estudió Comunicación Social en la Universidad Javeriana y trabajóun tiempo en el Concejo de Bogotá .