Per secula seculorum

Por: Felipe Morales

La “Revolución de los Paragüas”, así se conoció la protesta de la ciudadanía Hongkonesa contra la iniciativa de reforma electoral hecha por el régimen Chino que pretendía impedir el sufragio universal para el año 2017, y reducía los candidatos a una terna oficialista. Es decir, cuestionaba la concepción China de la democracia.

En un acto de “autoridad”, la fuerza pública intentó disipar con gases lacrimógenos a la joven multitud que se concentraba día a día, incluso acampando, en una de las vías principales de la Isla de Hong Kong. Los manifestantes encontraron en la simbología y en los paraguas su mejor escudo contra los gases y la represión China. Las acciones del régimen rápidamente atrajeron la atención mundial porque justo era y sigue siendo Hong Kong, una de las ciudades más seguras y pacíficas del planeta.

Durante los “enfrentamientos” los manifestantes recibían atención médica e hidratación por parte de las autoridades civiles, y alrededor de las 10:00PM se retiraban del lugar, no sin antes barrer, retirar las consignas de protesta escritas en carteleras y papelitos adhesivos pero jamás en las paredes y,  dejando en mejores condiciones el lugar que antes ocuparon con la protesta. Comprendí entonces, que se puede, y se debe protestar cuando se vulneran derechos esenciales sin que ello signifique ser un vándalo.

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Ilustración 1. Tomada de Flickr

 

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Ilustración 2. Tomado de Flickr

En Bogotá las protestas son cotidianas, sin que ello signifique mayor atención de los tomadores de decisiones, procesos de real transformación política o siquiera la concertación de posturas ideológicas distintas. Entonces, ¿la mejor y más efectiva forma de protesta está en la destrucción? ¡No lo creo!

Hace parte de la responsabilidad del Estado enseñar a convivir y a protestar, en mostrar un camino para la manifestación pública, contundente, sin persecuciones, pacífica, con responsabilidad e inteligencia. Al final, de nada sirven los enfrentamientos y agresiones físicas.

Durante algún tiempo tuve que coordinar la limpieza de fachadas y monumentos que protesta tras protesta resultaban rayados con spray. Era un proceso tedioso y costoso. No había acción preventiva que evitara el daño al patrimonio público, en cambio, tratar de enmendar lo que habían hecho algunos, pasaba por tramitar una difícil y demorada autorización en el Ministerio de Cultura para poder restaurar, por ejemplo, el Bolívar de Pietro Tenerani ubicado en la Plaza de Bolívar, para mí uno de los monumentos más importantes del país. Tras meses de burocracia finalmente lograba la anhelada autorización, se invertían millonarios recursos en su limpieza, pero era cuestión de días, a veces de horas, para que llegara una nueva “protesta” y el círculo vicioso iniciara una vez más. ¡Frustrante! Las protestan eran tantas y tan frecuentes que al final ni siquiera entendía muy bien por qué era que se protestaba.

Han pasado al menos 6 años desde que me “encargué” del tema por última vez, leo en recientes reportes que todo sigue igual. Y por más previsibles que son las protestas -por ejemplo la del 1° de Mayo- y sus injustificables daños colaterales, aún no se adoptan medidas más inteligentes de las que entonces usábamos y seguimos usando en Bogotá.

Durante el recorrido previo de los “manifestantes” por la Carrera Séptima antes de llegar a la Plaza de Bolívar, ya van dejando huella de estrago, rompen vidrios y generalmente “grafitean” los mismos edificios: El Terraza Pasteur, Bancolombia de la 23, la Personería de Bogotá, la ETB en las Nieves, el Murillo Toro, muchas veces la Catedral Primada, y el bombón de rechupete; La plaza de Bolívar.

Tímidamente cuando los ánimos se calman, y dónde es posible hacerlo, empiezan a salir personas con baldes, agua y jabón, a desparramar la mancha de pintura en sus fachadas, porque muy pocas veces logran eliminarla, y en el caso de los monumentos, inicia pues, la paridera de una historia que se repite per secula seculorum.

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Ilustración 3. Tomada de twitter

En el corto plazo; si los daños son previsibles, si conocemos las fechas en qué probablemente se hacen, podríamos invertir algunos recursos en vallas de protección a los edificios, pinturas antigrafiti y plásticos de sobre poner que minimicen el riesgo. Claro está, lo que aquí propongo no es solución de nada, sí lo es, cuando el Estado fortalezca el sistema de educación, nos enseñara a convivir y a protestar, incluso parecido al estándar de Hong Kong, mientras tanto, pareciera que estamos condenados al balde, al agua, al jabón, a la confrontación, y al desperdicio de recursos públicos.

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