Deparques.

Por: Sebastián Castañeda @@SCastanedaS

Parte 1: El desencantamiento.

 

El mobiliario urbano de Bogotá responde más al diseño creativo, a la economía de los materiales y a una idea tipo de ciudad, que a la necesidad de la sociedad, diversa por definición, de encontrar en el espacio público los arreglos físicos que propicien los usos y las actividades que hacen parte de su idea de esparcimiento, de recreación y deporte. Frente a la apuesta de homogeneizar los espacios de uso público, el mobiliario de los parques y su desuso advierte la urgencia de repensar la política de parques de la ciudad.

Si hay algo que determine la relación entre el individuo y un espacio, es la capacidad de este último para sorprenderlo, las posibilidades sensoriales que le ofrezca y la proximidad que en consecuencia le genere. El encantamiento, bien podría ser visto como el vínculo generador de territorios, una sensualidad que cautiva y propicia la permanencia y el retorno; un bello enamoramiento. Por supuesto, el ser encantado es ante todo expectativa, necesidad que se manifiesta creadora de usos, de relaciones espaciales concretas. El encantamiento da sosiego al alma y, por supuesto, sentido a los espacios.

La ciudad, heterogénea por definición, es ante todo posibilidad, la concreción del sueño de libertad y de no permanencia que agobia al citadino en sus estadías prolongadas en la no-ciudad. Sin embargo, como el preludio de lo manifiesto, la ciudad ha perdido con el tiempo su capacidad de encantamiento; los parques son prueba de ello.

Pensados como la quintaesencia del espacio público, los parques de Bogotá se enfrentan hoy a la consecuencia lógica de un desacierto de política pública.

Las asimetrías entre la ciudad formal y la informal eran evidentes, la calidad del espacio urbano en unos sectores contrarrestaba con la crisis urbanística en otros, siendo los parques una prueba implacable del deterioro. Sin embargo, el esfuerzo de la ciudad por modernizarse significó, entre otras cosas, la apuesta por regularizar el espacio público a partir de la incorporación de valiosos instrumentos de gestión urbana, creados para garantizar que la ciudad ofreciera, tanto al rico como al pobre, el mismo espacio para su goce.

Entre los instrumentos incorporados esta la cartilla de espacio público; el florero de Llorente. En la cartilla se especifican diseños y materiales, ajustando la demanda de usos a las propuestas, muchas de ellas productos de importación, de creativos talleres de diseño e ingeniería que poco o nada hicieron para conocer su población objetivo. El mobiliario, cuya única razón de ser es propiciar la interacción y ser generoso con las expectativas de recreación y entretenimiento, se modeló sin atender la diversidad que es connatural a lo urbano.

El error no radica, por supuesto, en corregir las asimetrías entre la ciudad formal y la informal, ni en delimitar normas básicas de seguridad y calidad que son provechosas para el espacio que compartimos, sino en creer que los usos y las expectativas de la población no son determinantes del éxito del espacio público, imponiendo estándares que tratan homogeneizar lo irreconciliable.

Y aunque sería propicio incorporar una dosis cada vez mayor de diseño participativo, lo que debió hacerse es prever más alternativas, propuestas de diseño con mayor creatividad, que pudieran dar un margen más amplio de intervención y con esto poder responder de mejor manera a las expectativas creadas sobre los parques. Entender las dinámicas sociales, la composición etaria de la zona, y por qué no, sus arraigos culturales[1], es clave para responder con creces en el momento de generar espacios públicos. Por lo tanto, el mobiliario debe ser ante todo un canalizador de usos y expectativas, y no una imposición de diseño que frustra el encantamiento con el espacio.

Valdría la pena que las baterías de ejercicio físico como la que tiene el parque el Virrey, y las jirafas y elefantes de concreto que por muchos años hicieron juego con el rodadero corto punzante de los parques de barrio, fueran tenidos en cuenta en un intento por hacer la ciudad más amable para los niños,  los deportistas,  los contempladores, que son quienes dan el  verdadero sentido a los espacios que concebimos como públicos.

Sebastián Castañeda – Combo 2600.


[1] A propósito de las colonias y grupos de población más homogéneos, identificados a partir de su origen o un gusto específico.

2 comentarios en “Deparques.

  • El artículo es genial, abre el debate sobre el tipo de ciudad que se construyó en la última década y que se sigue desarrollando por doquier en Bogotá. Además de tener varios ejemplos en la ciudad sobre ese diseño pensado desde el Plano y no desde el espacio (Alamedas gigantescas y desprovistas de actividades en Bosa y Suba, Andenes con las mismas calidades espaciales para la Av. 30, y la séptima -un lugar para caminar- Parques que no tienen actividades para niños, viejos o jovenes según la especificidad del barrio, etc) parece que Bogotá (y al mismo tiempo varias ciudades intermedias colombianas que copian la cartilla de diseño de la capital) está más interesada en el número de metros cuadrados de Espacio Público por habitante -una medida de las ciudades- que en la calidad del espacio que gozan los ciudadanos.

    • Gracias por su comentario Andrés. La discusión sobre el espacio público es sumamente atractiva; cuestiones como la funcionalidad, las restricciones sobre usos y los modelos de gestión, serán abordados en este espacio con el fin de aportar más elementos para el debate.

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