Por: Floriane Ortega*
Recién llegada a Bogotá, me tocó vivir los dos primeras semanas de mi estancia un clima digno de las estaciones de mozón de la India. Pero no, estaba verdaderamente en Colombia y así es Bogotá en abril.
Nada más que algunos extranjeros pocos informados tienen una idea bien distorsionada de América Latina, que se resume en una ecuación que asumimos como verdadera: ‘América latina = hot, sun & beach’. Bueno, en el caso de Bogotá, quitamos el último ingrediente. Entonces, después de dos semanas de un clima caprichoso y lluvioso, surgió el sagrado sol.
Me encontraba en el Parque Central Bavaria con el medio día en todo su apogeo.
Al entrar en el parque, fui gratamente sorprendida por la ausencia de desechos y la total limpieza del lugar. ¿Cómo resistirse a las bancas de madera, todas desocupadas, calentitas y del tamaño idóneo para acogerme?
Pues simplemente no había que resistirse ya que era un parque en donde se supone estamos libres de disfrutar la vida de cualquier manera, a menos que no seamos respetuosos de los muebles públicos.
Me acosté, pero a los dos minutos me pregunté ¿por qué si era tan agradable esta sensación era yo la única en hacerlo? A los tres minutos me quedé dormida y a los cuatro un vigilante me despertó. En pocas palabras, esto fue lo que me dijo:
-«Señorita, por favor, no se puede acostar».
Medio despierta, los reflejos naturales de la cultura rebelde de mi país, me ganaron.
-«¿Por qué? – pregunté.
-«Porque da una mala imagen al parque. Este es un lugar turístico en donde la gente tiene que disfrutar».
Más despierta, me controlé y evité contestarle: que bueno, lo disfruto, ¡y además soy una turista! En vez, lo pregunté por la reglamentación al respecto.
Me contestó que el sábado la administración no estaba, entonces no la podía ver hoy. Luego traté de buscarla por Google, pero creo que de todas formas no importa mucho lo que diga la reglamentación. Si la prohibición de disfrutar de los espacios públicos como uno quiere no está en la ley, si está poderosamente arraigada en la mente de la gente.
En 2010, Bogotá fue declarada la cuarta ciudad con más parques en Latinoamérica. ¿Pero qué representa tal logro si no tiene el fin de que la gente los ocupe? ¿Para qué sirven estos parques sí su único propósito es satisfacer el placer visual de los turistas? También habría que investigar lo que hay tras este ranking. Cuarta ciudad con más parques, pero ¿cuántos de ellos son privados?
Observando que me estaba perdiendo frecuentemente en las calles bogotanas – a pesar de ser el sistema de ubicación uno de los más eficientes que he conocido hasta la fecha – una amiga me dio un mapa de la ciudad. Me sorprendió la distribución de los parques por la ciudad, pero sobre todo, ver que algunos vecindarios, o mejor dicho, localidades, son casi desiertos urbanos por su aridez. De hecho, un censo de 2010 reporta que Ciudad Bolívar es la localidad más árida de la ciudad: tiene un promedio de 20 personas por árbol. El promedio en la ciudad es de 5,8 bogotanos por árbol, lo que está bien por debajo de los estándares internacionales que se refieren a la norma un tercer de árbol por persona (0, 32 árboles per persona) cuando es mitad menos en Bogotá – 0.17 – lo que representa un poco menos de un quinto de árbol.
Otro dato interesante: los parques del norte. Todavía no los he recorrido, y aún menos he tratado de acostarme en sus bancos, pero dudo bastante que lo pueda hacer sin que me cobren en estos parques tipo con un nombre tal como «Carmel Club Campestre» o «Country Club». Si pudieran hablar, no creó que a los arboles les guste estar privatizados y ver el mismo tipo de población cada día.
Hay que poner en lo alto de la agenda pública no solo el tema de crear más espacios verdes, sino también cambiar institucionalmente y culturalmente la manera en la cual nos les apropiamos. Es una cuestión de salud, de convivencia, de construir ciudad. Y coincidencia: parece que cabe bastante bien en el lema ‘Bogotá Humana’.
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*Floriane Ortega (París) es egresada de Science Po y London School of Economics en temas urbanos. Es la primera vez que está en Bogotá y actualmente está trabajando en la Fundación Ciudad Humana.