El final de la HJCK y el futuro de los cachacos

Pocos lo recordarán hoy, pero en la equina de la calle 81 con carrera 12, en plena zona rosa, en el lugar donde hoy hay una gran boutique de Zara, funcionó durante décadas un de los experimentos de cultura más interesante de la ciudad: La emisora HJCK, el Mundo en Bogotá. Emisora que se autodenominaba como una emisora para la inmensa minoría.

La HJ fue fundada en los años 50 en un pequeño local de la carrera 7 entre calles 16 y 17 no muy lejos de la Casa Liz y el Edificio de Colseguros con su elegante Yanuba con pianista a bordo. Todos estos símbolos de una ciudad llena de hombres elegantes con gabanes largos y sombreros. Era por supuesto la emisora de los cachacos.

A pesar de ser una emisora dedicada la música clásica y la mal llamada alta cultura, la HJCK fue un refugio de intelectuales de todas las clases sociales, un lugar abierto a que todos los rolos pudiesen escuchar a los conciertos de Brandemburgo o la poesía de García Lorca.

Liderada por quien podríamos denominar como el cachaco mayor Álvaro Castaño Castillo fue un oasis de cultura para ciudad. Por sus ondas se escucharon locuras como la grabación del primer capítulo de 100 años de soledad o las primeras transmisiones de la BBC de Londres en Colombia. Por la HJ se escuchó lo mejor de la música clásica y el jazz, la prosa y la poesía e incluso se hizo escuela las radio novelas.

El tiempo pasó, la tecnología evolucionó y con ella la presión de los patrocinadores y la falta de pauta para un proyecto cultural privado con poco apoyo público. Por esta presión en el 2005, la HJ se digitalizó, mucho antes de que estuviese de moda. Migró su programación a internet, creando espacios en vivo e incluso adoptando antes de tiempo y posiblemente de manera improvisada el formato de los podcasts y el streaming. Sin embargo, o tal vez más bien como consecuencia de estos cambios, el pasado 30 de julio sin pena ni gloría, casi sin avisar a nadie la HJ dejó de ser emitida y sus programas de ser producidos.

A decir verdad, el final de la HJCK fue crónica de una muerte anunciada. Una institución del pasado Bogotano que no logró evolucionar correctamente adaptándose a la era de lo viral y de la actualidad cambiante. Su tiempo simplemente pasó. No obstante, su aporte a la historia de la ciudad y los chachacos sigue en píe. Sus programas afortunadamente quedarán guardados en plataformas digitales como Spotify y en los archivos de la biblioteca Luis Ángel Arango.

Mientras tanto otro proyecto cargado de nostalgia capitalina sigue en pía más vivo que nunca. El Ciclopaseo Cachaco ha sido un homenaje a esa Bogotá de chachacos. Durante 15 años hombres y mujeres de todas las edades vestidos con sus mejores pintas se dan cita para recorrer la ciudad en bicicleta mostrando lo mejor de la elegancia bogotana.

El pasado 23 de agosto, casi 600 ciclistas se encontraron en el Parque Lourdes. Cada uno, con una interpretación personal de lo que es, ha sido y será ser cachaco. Boinas y sombreros de copa, vestidos largos y cortos, ruanas, corbatas y corbatines. Todos reinterpretando lo que es ser Bogotano. El Ciclopaseo Cachaco más allá de ser un encuentro de hípsters, es un espacio para reflexionar sobre qué elementos de nuestro pasado reflejan nuestro futuro. Es un espacio para homenajear a nuestros abuelos y antepasados.

Pero también es un encuentro con la cultura ciudadana. 600 ciclistas se toman las calles a su manera, ocupan el tránsito y paran la ciudad por un instante. Bloquean las calles, trancan los semáforos y en general le ponen pausa a la vida urbana mientras pasa el grupo. Pero la ciudad antes que molestarse por el paso de la caravana, sacan sus celulares y admiran perplejos esta imagen que parece en el fondo sacada de una película. No hay personas molestas por el trancón. O más bien son una minoría que no vale la pena recordar. La mayoría de las personas paran su vida por un corto momento para maravillarse por la felicidad, la belleza y la alegría de estos cachacos rodantes. Muchos saludan con cariño a totales desconocidos o mueven sus manos despidiendo a los paseantes. La ciudad se maravilla de ver pasar un evento, que únicamente puede suceder en Bogotá.

 

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