Espacio público y derecho a la ciudad

Por:  Melissa Gómez*
Columnista invitada

Diría Jane Jacobs, activista y urbanista empírica norteamericana,  hace más de 50 años que los espacios públicos y privados no pueden confundirse, refiriéndose generalmente a lo que sucede en barrios residenciales o en los grupos de viviendas. Y es que el uso y la apropiación del espacio público -lejos ya del debate académico- varían en sus acepciones y está estrechamente ligado a las particularidades que la sociedad ha ido imponiendo con el tiempo.

El contraste que existe en ciudades como Bogotá y Londres (por poner ejemplos de ciudades de similar tamaño y población) se hace evidente. En Bogotá la noción de lo público ha sufrido una degradación que la ha dejado relegada casi exclusivamente a las clases populares, que aunque siendo mayoritarias parecen confinadas. Esto hace que se produzca una clara segregación social y espacial reflejada en el perfil claro de ciudadanos que hacen uso de las infraestructuras y servicios ofrecidos por la ciudad, empezando por los colegios y hospitales, hasta el uso del espacio planeado y pensado para todos como los parques, las plazas, las alamedas y las propias calles. Las clases medias y altas suelen refugiarse más a menudo en construcciones que elevan muros no tan imaginarios que los separa del “otro”. Así es como deciden vivir en conjuntos residenciales cerrados y vigilados y pasar la mayor parte de su tiempo dedicada al ocio en los cada vez más numerosos centros comerciales. Es la negación de la ciudad.

En Londres o en cualquier capital europea occidental, los ciudadanos hacen uso del espacio público y de la infraestructura que a disposición de ellos se pone, apropiándosela de una forma casi natural. El consumismo casi compulsivo que impera en la mayoría de ellas se realiza en gran parte en tiendas a pie de calle, los conjuntos residenciales cerrados se relegan a nuevas construcciones plurifamiliares  muchas veces a las afueras de la ciudad, los parques están, cuando el tiempo lo permite, atestados de familias y jóvenes  indistintamente de su condición socio-económica que se reúnen a hacer pic nics, a beber una cerveza o simplemente para aprovechar los espacios verdes que se sumergen en el caos urbano cotidiano.

Parque Mauer en Berlín. Fotografía de Kate Barry

Parque Mauer en Berlín. Fotografía de Kate Barry

Los gobiernos locales parecen estar al tanto de la importancia de la adecuación de estos espacios y a pesar de que habilitar y mantener espacios públicos es considerablemente más costoso que espacios privados, se ve el esfuerzo constante de las administraciones innovando en este sentido. Un ejemplo de ello son las playas artificiales que se habilitan en los meses de verano en los muelles del Sena en Paris o del Spree en Berlín. Evidentemente, el componente de atracción de turistas es importante, porque realmente, ¿quién quiere ir a una ciudad a refugiarse en centros comerciales?

Indudablemente estos hechos presentan sus “externalidades”, algunas veces más evidentes que otras. En muchas urbes europeas, este afán de hacer de sus ciudades auténticos parques temáticos lleva a lo que se denomina “prevención situacional” donde por medio del diseño del inmobiliario urbano se pretende prevenir ciertas situaciones y a ciertos grupos de personas (en el argot urbanista francés son denominados “los indeseables”). Las bancas públicas se diseñan para que varias personas puedan sentarse pero no una acostarse, las plazas se hacen tan diáfanas que no habría ningún obstáculo visual que permitiera esconder un delito, etc. Esto ha llevado también a que los gobiernos locales se escuden en la escasez de presupuesto para delegar el manejo y administración de espacios públicos al sector privado, quien restringe deliberadamente los usos que los ciudadanos pueden hacer de ellos.

Es por esto que aún quedan muchas lecciones por aprender para ciudades como Bogotá, que a pesar de haber logrado grandes avances en la promoción y adecuación del espacio público, tiene unos retos enormes frente a la segregación social y a la disminución de la brecha entre clases sociales. Hacer concienciar a su población de que efectivamente se pueden compartir espacios y actividades con el “otro”, hace una ciudad más incluyente y más consecuente con su realidad. Hay que apropiarse de la ciudad, porque como lo dijo la misma Jacobs “ninguna persona normal está dispuesta a pasarse la vida en un refugio artificial. Todo el mundo debe usar las calles”.

———————

*Consultora e investigadora en movilidad urbana y espacio público. Ha trabajado para varias organizaciones que promueven medios de transporte sostenibles en Londres, Berlin y Barcelona. Estudió Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid y Planeación Urbana en el Instituto de Urbanismo de Paris y la Universidad de Barcelona.

Las opiniones aquí escritas son responsabilidad del autor y podrían coincidir o no con la opinión del Combo2600.  

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

A %d blogueros les gusta esto: