De la indignación a la acción directa

Por: Julián López de Mesa Samudio  – Ver versión web aquí

Incluso en un país como Colombia, en donde las modas se adoptan tardía y deficientemente, la indignación se ha tornado en un lugar común

Día a día nuestra realidad brinda motivos más que suficientes para ocasionarla y los medios de comunicación se encargan de explotarla y vulgarizarla. Habrá quienes piensen que indignarse es mejor que ser indiferente, pero, en los tiempos que corren, aunque es un avance, es insuficiente. Por sí sola, la indignación es furia latente, altisonancia inicial que las más de las veces desemboca en pesimismo y resentimiento masticado entre dientes y mascullado por lo bajo. La indignación, sin acción, no sirve de nada.

Hace un par de décadas, en Dakar, Senegal, los jóvenes se hartaron de la ineficacia de su gobierno, de la corrupción, de la decadencia y la futilidad del sistema democrático. Las basuras se acumulaban durante semanas en las calurosas calles, amenazando constantemente con una crisis sanitaria. Sin esperar a que su indignación, por sí sola, solucionase los graves y urgentes problemas que los afectaban, sin contar con la autorización de ninguna autoridad, se apropiaron de sus calles haciendo una revolución pacífica pero radical. Los jóvenes senegaleses, armados con escobas, música y pintura, limpiaron y embellecieron su ciudad transformándola a la medida de sus anhelos. El faro del llamado Set/setal fue el arte urbano: desde los ritmos y las letras inspiradas del mbalax de Youssou N’Dour, pasando por el baile y el teatro callejero, y desembocando en la explosión del muralismo dakarí que es hoy reconocido en el mundo. A través de enormes grafitis, las paredes sucias y grises tomaron vida, las esquinas oscuras y sospechosas se iluminaron, pues el peligro es enemigo del color y de la luz. Hoy, los artistas del grafiti de aquel entonces, como Papisto Boy, son considerados grandes muralistas y el arte urbano de Dakar de finales de los ochenta es celebrado en el mundo como un movimiento artístico y social por derecho propio. A los jóvenes dakaríes les duró la indignación lo que tardaron en tomar sus instrumentos, sus escobas y sus pinturas. La acción canalizó la indignación que, en este caso, sirvió como detonante para actuar y estímulo para continuar. La acción directa sobre su ciudad los dignificó.

Hace unas semanas, el Combo 2.600, un colectivo de jóvenes bogotanos, responsabilizándose de los problemas de su entorno, sin esperar por permisos y eludiendo trámites burocráticos, decidió pintar una cebra peatonal en un lugar de la ciudad que lo necesitaba con urgencia. Pero, además de hacerlo, públicamente y de día, fueron tan creativos como para hacer las rayas de colores. ¿Por qué habían de ser blancas? Esta iniciativa, al igual que otras como las de los colectivos que fomentan la agricultura urbana o aquellos que tratan de popularizar el uso de la bicicleta y demás medios alternativos de movilización, trascienden a la mera indignación. La acción directa también tiene otras ventajas, sobre todo si se cultiva desde la infancia: la proximidad con aquello que se interviene ayuda a generar sentido de pertenencia, sirve para tejer lazos comunales, para encontrar de nuevo el sentido perdido de la solidaridad, y fomenta el respeto y el reconocimiento de el otro; pero, sobre todo, en mi concepto, dignifica, pues la dignidad se ha de ganar.

Una cebra de colores —un primer y pequeño acto de rebeldía creativa, una acción tan valiente y necesaria en Colombia— nos llama para recordarnos que la indignación es apenas un primer paso, pero que si realmente nos preocupamos por lo que ocurre a nuestro alrededor, debemos intervenir directamente. Empero, tampoco se puede quedar ahí; ahora es necesario tener algo más de audacia. El Combo 2.600 ya tiene nuestra atención, ¿y ahora?

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